Guillermo summer y la levedad del paisaje imaginado
Pocas veces una exposición nos traslada con tan poco a un espacio tan distinto, un lugar transformado en refugio para la contemplación. La galería Kreisler lo ha hecho sin tener que echar mano de artificios ni grandilocuencias, volviendo sobre Guillermo Summers y sus desvelos más recientes. La razón es bien simple, el criterio puesto al servicio de la calidad plástica, el espíritu observador guiado por la intuición del ojo que ve y selecciona, y consciente de su tino, acierta plenamente en la elección. Hablar de Guillermo Summers es referirse a un artista en el ecuador de su carrera, portador de un lenguaje sencillo de compleja técnica, que se ha ido haciendo a sí mismo a base de lo que, a mi juicio, debe mover al pintor: la necesidad interior de comunicarse mediante el arte y la voluntad férrea de superar obstáculos en el duro y gratificante proceso de creación. La acción pictórica supone para Summers un ir al encuentro de la obra desconocida, sin permanecer en la pasividad de la espera. Para ello recurre a la experimentación, al trabajo, al juego de probabilidades pero también a la actitud incansable de una mente abierta a todo cuanto armonice los dos ingredientes básicos de su arte: ingenuidad y experiencia.
El resultado está a la vista y lleva el nombre de una exposición tan redonda como esta, donde naturaleza y poesía responden a conceptos mínimos, reducidos. Aquí se combinan a la perfección dos tipos de obras nacidas todas de mágicas mixturas, de mezclas delicadas que ahondan en la calidad y la calidez matérica y al mismo tiempo gozan de un extraordinario poder sugestivo, insinuante. Por un lado, las pinturas sobre tabla en tonalidades grises azuladas a base de pigmentos muy variados, carborundun y polvo de mármol, convierten la superficie del cuadro en profundidades acuosas, veladuras y transparencias de evocaciones marinas que sumergen nuestra mirada más allá del plano único y se expanden allende los límites del cuadro. Por otro lado, la serie de pinturas sobre papel y tela a base de parafina y técnica mixta donde la abstracción pura da paso al motivo central en negativo descrito tras la opacidad glauca de la cera sobre el soporte. La sombra aislada de una silueta humana que asoma danzante, un árbol deshojado, un astro, un bosque, una flor… se define frágil en el espacio velado mientras la ligereza de su movimiento casi imperceptible agita con suavidad nuestro sentido poético del paisaje. Un recuerdo fragmentado, ordenado y dispuesto según ciertas coordenadas pictóricas, pero cuya realidad primera parece abocada a una lenta desaparición; querer atrapar la imagen a duras penas recuperada, revivida desde lo pequeño a lo universal. Guillermo Summers nos transmite de manera singular el paso del tiempo y sus sedimentos, aquello que va quedando y transforma su naturaleza original en otra cosa sólo definible en el lenguaje del arte.
Amalia García Rubí
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