Fátima Otero Bouza
Doctora en Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela
Crítica de Arte. El Correo Gallego.
Al artista Norberto González (Madrid,1975) desde su producción plástica y desde sus escritos teóricos lo vemos como un trotamundos que nos invita a pasear tanto como a recrearnos con icónicos coches, emblemas de la cultura consumista aparcados ante fachadas de edificios, que han llamado su atención a lo largo de la vieja Europa como a través de la península ibérica.
Su pintura narra una ruta en coche por el casco urbano. Por ello, esta serie “Teatro de autos” iniciada en 2016 para la emblemática galería madrileña Kreisler, con la que lleva más de quince años vinculado, se presenta como una cuidada selección de obras pictóricas de compromiso ético, social y político con su entorno. Cualquiera de sus cuadros es una virguería plástica comprometida y sentida. Fachadas que han hecho tilín en su corazón, por su faz melancólica, por su desaliento vital o por su singularidad específica de la población que la levantó.
El conjunto semeja una ciudad ecléctica donde se conjugan variados estilos, que van desde el clasicismo grecolatino, pasando por vitrales de sabor gotizante, portalones mudéjares o soportales renacentistas. Trozos arquitectónicos, muchos presa del abandono y del deterioro o usados y disfrutados por la nueva pluralidad emigrante instalada en moradas otrora pertenecientes a las clases pudientes.
Como en secuencia fílmica, bellas fachadas desfilan rítmicamente ante la mirada del espectador. Edificios reducidos a su frontal, a ese telón efectista y maquillado que habla de una máscara ambigüa oscilante entre realidad y ficción. Todas han sido previamente fotografiadas por la cámara del artista, pasando a engrosar su archivo documental. Luego, el sabio componer de Norberto González las recrea acentuando esa deliciosa engañifa porque ahora sólo habitan la realidad de sus cuadros, sólo es pintura y más pintura del mejor estilo realista que valora el buen dibujo y la delicadeza de sus habituales gamas en tonos beiges, anacarados, amarillos, pastel y toques de color vibrante para romper la monotonía.
Fachadas y coches son espejo de nuestro mundo actual. Una sociedad mentirosa decidida a sólo aparentar luciendo su cara más artificial, mero telón acicalado que deja ver sus grietas debajo de la piel.
Porque en esta serie se narran las grandes transformaciones del espacio urbano operadas en el transcurso de los años finales del XX y de principios del XXI, determinados por fenómenos de sobrepoblación y abandono de ciertos núcleos poblacionales o actividades relacionadas con el pequeño comercio o el ocio.
Así, Norberto González nos enseña edificios que fueron ilusión, delicia y exquisitez, recreando con su fino pincel una sutil rejería metálica o un noble arco de herradura perdiendo hasta sus dovelas y sufriendo la más dolorosa de las condenas, su cierre. El título Calle del silenciolo dice todo.
Es frecuente encontrar en nuestras calles infinidad de cartelería pegada a muros, grafitis y pintadas intencionadas sobre cualquier habitáculo. ComoLa casa de Homero, donde determinados signos como cristales sin azogue o restos desconchados y desvaídos denuncian una violencia indiscriminada hacia el patrimonio.
Su pintura recoge también las nuevas señalizaciones viarias o mobiliario urbano, que en muchos edificios desvirtúan su singularidad. Son edificios que adquieren humanidad en los lienzos de Norberto González ya que se advierte la mutabilidad o el nuevo rumbo que tomaron. Algunos, de ser espacios sagrados pasaron a consagrarse en menesteres más lúdicos o comerciales, cuando no impúdicos: Massage Museum
Otros tantos están cargados de ironía como rezan sus muros tratados a tortazo de pintura caída y lanzada más a lo Pollock. En Hoy, churros para dar y tomarla pintura semeja chorrear lágrimas de descuido y abandono junto a huellas de perdida, publicidad que también se descubre en fachadas de estilo templo grecolatino, como El cuento de la Venus y el 600u otras tantas que parecen lamentar su destino.
Porque el artista madrileño no sólo se niega a dejar morir estos inmuebles singulares sino que los resucita estetizando el propio abandono precisamente de los tremendismos del descuido y dejadez. Es más, los convierte en épicos elevándolos desde la propia perspectiva a ras de suelo, porque a pesar de su aparente deterioro hacen aflorar el aura que quedó oculto, esos particularismos locales propios del vecindario al que el pintor se acercó y valoró.
A nuestro artista le gusta hacer travesuras a nivel formal, y de hecho hace exquisitas composiciones con la inevitable ropa tendida que pende de balcones o de castizas ventanas. Otras veces arrastra en rítmicas armónicas arcadas o caligrafías sonoras, anuncios que proclaman ilusiones y oportunidades como Polllería Utopía
Norberto valora y respeta el pasado y sobre todo la nómina de creadores que como él hicieron de las fachadas su discurso estético, William Christenberry, la fotógrafa norteamericana Zoe Strauss, el catalán Ramón Masats son algunos de los nombres que indirectamente le sirven de partida para unas creaciones muy personales nacidas de su encuentro con el patrimonio.
En ellas hay mucho de gusto por la belleza decadente y melancólica resuelta a veces en gamas un tanto frías y otras con matices de tonos apastelados, que lloran su abandono desgastando muros o coches o empañando cristales y espejos. Son edificaciones que enseñan su cruz, su calvario; tal vez por ello juega con el recurso de la ropa colgada, ese que la tradición cristiana nos hizo recordar a rasgaduras, a paños de pasión, pero al mismo tiempo de esperanza redentora, de ropa al viento como sabia sanadora para tan interesantes construcciones singulares de un pasado cultural.
El hombre no tiene cabida en la obra de Norberto González, pero si lo que él crea: la casa y el utilitario coche. En una obra totalmente humanista y utópica que habla de la movilidad, del tiempo pretérito, pasado y olvidado como hoy se olvida todo: ir al cine, frecuentar mercados o salas históricas: Arte Modernoo Arte, pan y bollería, tristemente abocados a un uso marginal de ventas ambulantes callejeras u otro tipo de precariedades laborales o conflictivas. Con estos lienzos, en cierta manera rescata la arquitectura nacionalista, los estilos del pasado que nos conforman como cultura, pero en los que aprovecha para hablar de desencanto y frustración.
Es la arqueología del presente que se ocupa de las vidas precarias que deparó la crisis. Norberto se comporta como reportero y cronista de su tiempo denunciando la situación presente. En este sentido su obra tiene mucho de documental pero no menos de mentirosa, porque todo es artificio pictórico salido de largas sesiones y de ardua labor ensayística como doctor en Bellas Artes.
Una pintura hija de su tiempo porque es puro artificio, tan artificial como lo ha sido la propia evolución de la sociedad vestida de oropel, adornada de superficial fachada. Así lo refleja en Bar marisqueríareducida hoy tan solo a eso porque no contiene nada; su interior y contenido ha quedado al albur de su suerte.
En un tiempo que vanagloria lo superficial, lo instantáneo y que proclama muertes anunciadas: cultura, poder, política … esta serie invita a reflexionar, otra actividad venida a menos y a vivir el territorio desde el respeto y el valor de lo singular y diferente.
Su obra aporta paz y silencio en su anclaje a ras de tierra, como plantas, se alzan sus coches y fachadas, presas al igual que el inevitable fin de la vanitas
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