La cesta está vacía.

Norberto

Autociclos

18 dic 2014 - 20 ene 2015

LO QUE SUCEDIÓ MAÑANA

Juan Antonio Tinte

Considero oportuno y necesario ofrecer continuidad al relato que Norberto González elabora; al color, el dibujo, las formas y las composiciones por cuanto convergen en una suerte de esencias perpetuas de reflexión modificando el espacio de realidad. Considero además de justicia reivindicar su condición de antecesor de sí mismo, para dejar de  relieve cada uno de los cabos que ha ido urdiendo entre los procesos del pensamiento y su capacidad para catalizar sin casualidades cuanto ha pretendido. Digo esto porque Norberto ha elaborado para esta muestra un intrincado laberinto de conexiones conceptuales y emociones descarnadas, desbrozadas en su condición de teórico del arte, con el firme posicionamiento ante cada obra como quien, a través del conocimiento de la historia y la condición humana, es capaz de situarnos ante tamaños escenarios animando lo inanimado y, ante todo, siendo el hacedor de la materia y las formas que dan visibilidad a esta prosa pictórica extraña y cotidiana a un tiempo.

Norberto en esta muestra que ahora presenta nos hace sentir el escalofrío y la serenidad con enorme sentido literario de narrativa contemporánea, manejando dos estados de percepción que se hallan entre lo premonitorio en forma de ahora y un presente no sucedido. En efecto, Norberto nos hace viajar por insólitos lugares de tiempo incierto, que ven elevada su tensión a causa de esa factura cargada de realismo que trabaja con el acierto de quien bien conoce el método para entonar limpio y sin error lo que sucede, entre aquello que se desea y eso otro que es lo hecho.

Y es que en esta nueva propuesta expositiva que ahora tiene lugar denominada “Autociclos”, Norberto González, teniendo su causa en un extraordinario conocimiento y dominio de los procesos pictóricos, se adentra en territorios de especulación e investigación acerca de la concepción del tiempo y sus consecuencias desde la dimensión humana. Un viaje éste que lleva a través de un eje vertebrador que supone ser modificador de escenarios y paisajes, epifanía propia y contrapuesta de prosperidad y debacle. Sobre ello y las situaciones que plantea gravita una especie de omnisciencia y personificación de las percepciones abordando cada imagen como una especie de danza y coreografía orquestada para significar y reflexionar acerca de la historicidad del esplendor y la decadencia.

De esta forma Norberto González se afana en un proceso de recreación y estructura de contenido, haciendo de las jerarquías una variable que maneja para dotar de iniciativa a la máquina en su condición de extensión humana fuera de su naturaleza mecanicista. Así, en sus composiciones recrea atmósferas dirigidas al pensamiento y las sensaciones a expensas de una materialización donde lo onírico torna en silencio y, una especie de realidad imposible, en pellizco borgiano. Y esto sucede porque en sus obras Norberto hilvana a la perfección el lugar temporal que a cada pieza corresponde. En efecto, en sus obras existen lugares, recorridos asfaltados de ciudades edificadas surcadas por automóviles casi pensativos que, sin embargo, son ciudades que no parecen serlo por los puntos de vista que utiliza entre otras cuestiones pero, ante todo, por ese relato contemporáneo que maneja con inusitada solidez donde la imagen se hace silencio y escenario mudo poniendo al observador en la tensa orilla de lo profético.

Sabiendas anticipadas que el autor cataliza jugando con el tiempo,  con el presente como un  pasado  que sobrecoge viendo como el futuro parece venirnos como antecesor del ahora. Norberto, nos plantea un futuro pretérito, como si los vestigios sólo hubieran dejado una ensoñación; una locura calmada de ironía donde las ruinas de los ruinantes, parecieran pedir paso hacia el purgatorio y se reclinaran a la evidencia de un esplendor que tuvieron como en otro lugar del tiempo y el espacio.

Sus obras son espacio para la reflexión y el debate acerca de una cima de la civilización que, como a todas, le tocará cuestionar su auge y caída. Su lugar entre las ruinas y los posos dejados en formas de instante detenido como si un magma precipitado los hubiera detenido sin posibilidad de apremio. Ruinas a perpetuidad andantes y  nuevo uso en paisajes en los que, rumiando la humildad que infunde lo efímero, otorgan a la herrumbre un lugar con pleno sentido, precisamente fuera de la utilidad que otrora suscitó su hegemonía.