La cesta está vacía.

Gerard Fernández Rico

(CH2-CH2)N

4 - 25 oct 2016

LA FÍSICA DE LA QUÍMICA

Hay mucho proceso alquímico en la elaboración del arte. En su arranque creativo, Gerard Fernández sintió —como si se tratara de Walter White, protagonista de Breaking Bad, una de les series televisivas de más éxito en lo que va de siglo— la llamada de los procesos químicos. Como hacía también el señor White, se ponía su máscara contra las inhalaciones nocivas y cocinaba sus obras con la intención de que el producto final coincidiera con su idea original. Aunque, para que esto fuera así debía controlar el tiempo, temperaturas, cantidad. El trabajo con resinas requiere un rigor científico muy grande si se quieren evitar resultados inesperados. Y el artista no quería de ninguna de las maneras que el azar entorpeciera su proyecto. La obra tenía que responder a los cálculos que de modo sistemático anotaba en su bloc de trabajo. El resultado eran cuadros hechos con resina, de cromatismos matizados y de una abstracción que podía cuestionarse, ya que el resultado sugería paisajes anieblados. Una figuración de carácter mágico.

 

Con el tiempo, este procedimiento artístico le representó una esclavitud o, cuando menos, una limitación en su trayectoria. Y decidió dar un giro, el resultado del cual pueden contemplar en esta exposición. Una ruptura que analizada no resulta tan radical, pues Gerard Fernández continua, en su nueva fase, preocupado por los procesos químicos. Los materiales que utiliza para trabajar son plásticos industriales creados para diferentes usos: mantas térmicas, redes de protección visual, cintas adhesivas… No obstante, su arte, como sucedía antes con las resinas, en el fondo no rompe con las más clásicas convenciones pictóricas. Quizá sí en la forma o en la selección de materiales, no con el espíritu. La suya es una pintura sin pincel, ni lienzo, ni óleo. La preocupación por la luz, con la que juega con los reflejos propios de los materiales plásticos, podría acercarnos al barroco, con la salvedad de que en el siglo XVII desconocían totalmente el juego artístico que puede ofrecer una bolsa industrial de desperdicios. Las piezas de Gerard Fernández podrían evocar, también, una abstracción matérica por las diferentes texturas de los polímeros que usa. Incluso tiene especial cuidado con la composición con cada pliegue que hace de los materiales que utiliza.

 

Esta muestra no se detiene únicamente con la evocación pictórica. También descubrimos en ella fotografía. Se trata de unas imágenes que son como una matriushka rusa, ya que encontramos diferentes registros metidos uno dentro del otro pero formando una sola unidad. Las fotografías son de paisajes urbanos fronterizos, donde podemos contemplar lo que los franceses llaman terrain vague. Un espacio difuminado, de todos y de nadie, en el que se entrecruzan las vías del tren, incipiente naturaleza, material de rechazo y derribo, y, con un poco de suerte, un espacio deportivo de los alrededores de la ciudad. El artista sitúa en medio de esta geografía una de sus realizaciones, como si se tratara de un elemento que procura integrarse en un medio que no es el suyo a pesar de que tampoco le es ajeno del todo.

 

En este universo, familiar para Gerard Fernández por sus inicios como artista de calle en los que cogía su espray y con la pintura impulsada, una vez más, por la fuerza de componentes químicos, recreaba un universo artístico rebelde y libre que no necesitaba de estudio ni de lienzo. Sólo hormigón en forma de pilar de puente, o de muro de contención. Este influjo urbano es la base de todo el trabajo de Gerard Fernández. Lirismo abstracto generado en plantas y polígonos industriales. Materiales nacidos para activar los mecanismos de producción industrial a pesar de que, finalmente y gracias a la piedra filosofal del artista, devienen arte, es decir, artefactos de significación poética, conceptual y biográfica. Gerard Fernández es culturalmente hijo de los cambios de la era digital, aunque su recuerdo ancestral no es el mar y montañas, ni parajes naturales. Su recuerdo mítico y a la vez genético es el de la revolución industrial, sus pigmentos no los encuentra en la naturaleza, sino en las creaciones hechas por el ser humano. Por esto sus paraísos no se encuentran escondidos en sierras lejanas, sino en las grandes superficies comerciales especializadas en elementos constructivos o de bricolaje. Estos espacios ofrecen al autor un nuevo planteamiento del uso artístico del objeto encontrado, ni que sea, en este caso, descubierto en los pasillos y las estanterías de una especie de comercio que quizá no tiene la poética de la clásica tienda de material artístico, pero que, por lo menos, responde a una voluntad de trabajar con materiales sin pedigrí artístico. Y es que el arte es una actitud a la que se puede dar forma con cualquier técnica y con cualquier material. Gerard Fernández ha seleccionado los suyos.

 

Jaume Vidal