La muestra parte de un recorrido en imágenes de la Autopista A-6, pero desde una óptica muy diferente a lo que se entiende por el retrato de una carretera. El camino como no lugar, como espacio de paso transitorio, no aparece reflejado en ninguna de las instantáneas, pues los artistas indagan y profundizan en estos espacios geográficos devolviéndoles su condición de lugares con una identidad propia.

De esta forma no asistimos a un viaje transitorio, sino a una exploración profunda y pausada que tiene algo de vuelta a las raíces y que a su vez nos remite a un fuerte carácter identitario con el que nos resulta sorprendente fácil identificarnos, seamos de donde seamos. Este viaje se basa en pequeños detalles costumbristas y efímeros, en momentos fugaces que se esconden en los rincones de la civilización. El viaje se convierte en un fin en sí mismo, el tiempo se paraliza y estos instantes son inmortalizados por el objetivo, convirtiendo ese recorrido normalmente pasajero en algo eterno, universal.

Esta inmortalidad queda plasmada en imágenes muy sensoriales, en las texturas de cada paisaje, que exploran la fisicidad de cada retrato. De esta forma, el carácter algo documental de la muestra va unido a una fuerte voluntad estética. Existe una intención formalista, una geometría y un orden que lo rigen todo. Y es este orden el que nos transmite un ritmo dentro de la calma. Al observar tan de cerca, vemos como aflora la esencia de las cosas, que se rige por su propio ritmo. Los artistas se detienen a capturar aquello que normalmente no sabemos ver, y nos lo muestran haciéndonos partícipes de un viaje “sin prisas”, a una velocidad diferente.